(En esta entrada --la primera de tres-- cuyas versiones anteriores fueron presentadas como ponencias en ocasiones anteriores, Víctor M. Peralta Del Riego defiende su posición sobre la relación entre la tiranía, el contexto político mexicano, y la concepción sobre el lenguaje que tienen muchas personas, incluidas algunas que han estudiado filosofía).

El tema de este coloquio me resulta quizá demasiado complejo pero muy interesante. Con esto quiero advertir que me mantendré peligrosamente en el nivel de generalidades que son completamente polemizables, lo que no implica que sean incorrectas. Espero que este trabajo sea un bosquejo, una ayuda inicial para observar una fuente de problemas que tiene cualquier país que pretenda vivir en democracia, y desafortunadamente, creo que es el caso de México. Diré algo al respecto de la democracia, la educación, la filosofía y el lenguaje. Espero poder mostrar grossisimo modo que una de las fallas más fuertes y nefastas del sistema de organización política de México es una cierta forma de concebir y usar el lenguaje, y que ella se reproduce peligrosamente en aulas en las que no debiera ser así. Pienso en las aulas de la formación filosófica en educación media y profesional.

Puesto de otra forma, pienso que la ausencia de un compromiso con el ejercicio intencionado de la parquedad, la precisión y la claridad en la forma de hablar de nosotros, políticos y no políticos, impide que tengamos una democracia madura, que haga viable a México como un proyecto loable de nación según los estándares más aceptados por una gran parte de las personas, dentro y fuera del país, expertos e inexpertos en temas de política. Alguna evidencia al respecto de la popularidad de los sistemas de democracia electoral en el mundo en los últimos 200 años, Freedom House, ha rastreado el índice de países libres, entre otros índices, el de democracia electoral típicamente liberal. Creo que esta es una medida suficientemente confiable ya que evalúa la vida política de los países, y no tanto la percepción subjetiva de la población que puede tener algunos prejuicios sin fundamento. En particular, de 1973 a 2009, el porcentaje de países libres pasó de 27 a 46%, mientras que las otras dos categorías, países no libres y países parcialmente libres, pasaron de 41 a 24% y 32 a 30%, respectivamente. La población bajo esos regímenes es alrededor del 46% de la población mundial. Documentos de Freedom in the World[1], son la fuente de la mayoría de estos datos. Lo que éstos índices miden como libertades es la oportunidad de actuar espontáneamente en una variedad de campos fuera del control del gobierno o de otros centros de dominación potencial.[2]
El problema que bosquejaré no será revelado por primera vez aquí ya que mucha gente incluso en México, lo tiene identificado explícitamente como tal, como problema. Se me vienen a la mente ahora tres casos. Veamos:
Arnaldo Córdova -supongo que conocido por todos aquí- lo dijo de la siguiente forma, en su colaboración titulada, “Letra y espíritu de la Constitución”, publicada por La Jornada el 8 de Junio de este año [2008]. Su participación trata de fijar una posición al respecto del tema de la modificación de leyes secundarias en materia de hidrocarburos en México y la constitucionalidad de ciertas reformas sometidas a discusión legislativa. Comienza Arnaldo Córdova con la glosa de la posición que trata de refutar:

La Constitución y las leyes son meras palabras y las palabras cada quien las entiende como le cuadre: absurdo, porque las palabras son la envoltura exterior de un contenido que son los conceptos y los juicios jurídicos. La Constitución es sólo un texto y un fetiche: absurdo, porque la Constitución es la estructura del Estado, aparte de su forma escrita. Es también el resultado de una historia que los noveles juristas no conocen ni entienden. Si es un contrato social, por supuesto que tenemos que recurrir a autores clásicos como Rousseau y Kant (el primero, teórico de la soberanía popular; el segundo, fundador de la ciencia del derecho moderno) y no a nominalistas ignorantes. [Mis negritas, V.M.P.d.R.]
Ellos piensan el derecho en abstracto: aíslan las palabras, sin percibir que las palabras forman conceptos o “significaciones”. Y, cuando uno les habla de “sentidos” y de “significados”, nos dicen “metafísicos”. Evidentemente, nunca han leído a Max Weber, que de metafísico no tiene nada y que a los nuevos juristas los oxida. En cualquier ciencia se trabaja con conceptos, incluso en las ciencias exactas. Razonar con sólo palabras es lo que se llama esquizofrenia. [Mi énfasis, V.M.P.d.R.]

En un foro que organizó el Congreso de la Unión algunos meses atrás [a Agosto de 2008], el diputado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Manuel Bartlett, se expresó más o menos así (no tuve acceso al texto de su colaboración): “quienes defienden el proyecto de ley de Felipe Calderón no deberían tener miedo de asumir que es un proyecto privatizador, no deberían cambiar con eufemismos como 'apertura', 'modernización', 'autonomía de gestión', etc., lo que es a todas luces un proyecto de desnacionalización del petróleo, es decir, un intento por terminar el dominio que el Estado tiene sobre el manejo de los hidrocarburos."
Y finalmente Axel Barceló, un entrañable lógico y filósofo adscrito al equipo del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM lo ha dicho de una forma mucho más parecida a la tesis que yo quiero avanzar en esta ponencia. El doctor Barceló hizo pública su opinión en una clase introductoria justamente a un seminario de temas de semántica contemporánea. Según lo recuerdo, porque tampoco tengo acceso al texto de su exposición, de la que creo no habrá mejor registro que la memoria de quienes asistimos a ella, el doctor Barceló dijo: “una tiranía es un lugar en donde cualquier cosa se vale, en donde 2 + 2 = 5”. Para ponerle el dramatismo que la matemática suele quitar, una tiranía es un lugar en donde "'pederasta' es lo mismo que 'defensor de los derechos de los niños'", "un corrupto es lo mismo que 'defensor de las leyes'" y "'culpable de homicidio' es lo mismo que 'salvavidas'" (este principio lo conocemos como ex contradictione sequitur quodlibet o de una contradicción se sigue cualquier cosa). Creo que todos estaremos de acuerdo en que no creemos que un pederasta es lo mismo que un defensor de los derechos de los niños y simplemente nos parece una bravura e insensatez inadmisible que alguien quiera sostener esto. Esto quiere decir que la cultura de la racionalidad de las tiranías nos es repulsiva. Las palabras no son triviales y son importantes para la convivencia humana, así, “ser pederasta” significa entre otras cosas, violador de los derechos de los niños no importa quién diga lo contrario o cómo lo diga, sea el Papa o el Presidente, se pare de cabeza para decirlo, lo diga arrobado en un trance místico o no. Distinguir y ser consistentes con las distinciones, es un valor importante para la convivencia entre personas.
Espero que con esta batería de ejemplos hayan quedado aunque sea un poco más claros algunos de los puntos que prometí tratar. Para conectar con más rigor los conceptos que he traído a la mesa, agrego una tesis general:
i. Donde no hay reglas socialmente aceptadas y cuidadas, donde no se respeta un conjunto de reglas básicas aceptadas y reforzadas socialmente, el (los) más fuerte(s) hace(n) su voluntad siempre.
Cuando el tirano es ilustrado --es decir, es un soberano que normalmente toma buenas decisiones--, quizá esté bien que no haya reglas y procedimientos que le limiten, pero esto no haría de la tiranía ilustrada un régimen en donde la última palabra la tiene el acuerdo entre gobernantes y gobernados.
Antes de seguir, quisiera aclarar otro punto. No soy un detractor de la meritocracia o de la libertad. Pero creo que la noción de respeto a la libertad es mucho más útil social y políticamente si ésta es entendida como la mera ausencia de coacción externa (según la famosa distinción de, entre otros, Isaiah Berlin en Dos conceptos de libertad, 1958). La ausencia de coacción externa es simplemente el respeto a la expresión de cualquier acto de voluntad que alguien pueda tener, sin que haya obstáculos externos a esa voluntad que le frustren. El control, la administración y la ausencia de coacción externa es posible sólo si hay un acuerdo básico además de ciertos límites que regulen o limiten o vuelvan lo más socialmente controlable posible el uso de legítimo de la fuerza. Por el contrario, las discusiones sobre el contenido de los estados psicológicos de las personas libres quizá nunca terminen, así que es mejor que nos quedemos al menos provisionalmente con el concepto de la libertad negativa para el diseño de los canales de coacción legítima. Además, no todas las nociones de libertad positiva son incoherentes con la noción de libertad negativa.
El acuerdo mínimo al que me refiero, en el actual estadio del desarrollo de la historia del hombre (en el que no tenemos al alcance lenguajes ideales y telepatía) no podría ser sólo jurídico si eso implica que con respecto al lenguaje podemos hacer lo que a cada quien se le antoje (libertad absoluta a la hora de interpretarlo). Debe ser reconocido explícitamente con mucha decisión, al menos por parte de las instituciones del Estado, que este contrato social también ha de ser lingüístico y defender que, por ejemplo, las leyes no significan nada, que no hay allí conceptos que escudriñar, quizá afinar mediante actos judiciales de legislación, pues corremos el riesgo de trivializar la legislación que tenemos como, por ejemplo, la Constitución. Es importante reconocer que, por ejemplo, no podemos agregar un término como ‘contratos de riesgo’, en las leyes, y que dado que no están explícitamente prohibidos por la Constitución, pues no habría contradicción entre ésta y aquellas nuevas leyes reglamentarias dado que la Constitución no prohíbe explícitamente los contratos de riesgo en materia de explotación y aprovechamiento de hidrocarburos. Si no compartimos una forma de entendernos a satisfacción inicial de las partes (en este caso, el pueblo y los políticos), esto es si no tenemos una manera de comunicarnos a satisfacción de los agentes políticos de la sociedad, no podríamos vivir en sociedad, ni podríamos tener un Estado, ni una Constitución, ni leyes, probablemente tampoco paz, y seguramente no podremos vivir en democracia. Las leyes o acuerdos a los que llegásemos, contenidos en documentos con textos libremente interpretables, no permitirían determinar quién estaría violando una parte del acuerdo tomado.

Notas al pie.

[1]
. Freedom in the World: Erosion of Freedom Intensifies. 2010. Freedom House, Inc. 19 de Julio de 2010.


[2]
. Mi traducción de: “Freedom is the opportunity to act spontaneously in a variety of fields outside the control of the government and/or other centers of potential domination.” Freedom House, Inc. 2010. Revised site. Freedom House. 19 de Julio de 2010.



Leer...

Por más que los positivistas lógicos lo deseen, la lógica no marca la línea entre lo filosófico y lo que no lo es: se puede ser filósof@ sin jamás haber leído el famoso libro de I. Copi. (Después de todo, Platón lo fue mucho antes de que Copi naciera; Kant también.) Si la lógica ha de hacer algo para la filosofía, no es reinar sobre ella –o así pensamos muchos filósofos.
Pero una cosa es reinar y otra es acompañar. Tristemente, la buena voluntad no reina la filosofía: algunos la practican con segundas intenciones. Felizmente, muchas veces la acompaña: muchos la practican como un fin en ella misma. Así es mi concepción de la relación entre la lógica y la filosofía, y espero darles motivos iniciales, en esta breve primera parte de mi ensayo, para convencerlos de que tal concepción al menos va por buen camino.


Uno
Arriba impliqué que está bien que la lógica acompañe a la filosofía; mientras que dudo que la lógica deba reinar sobre la filosofía. ¿Qué quise decir? No voy a explicarlo de manera explícita, no al menos ahora. Prefiero tirar un argumento como se tira una bomba; el recuento de los daños –mejor, de las definiciones-- vendrá después.
¿Estás de acuerdo en que en la filosofía se trata de alcanzar algunas verdades? Quizá no La Verdad Absoluta –por mi parte, yo no tengo idea de qué sea eso–, quizá tampoco La Verdad (aunque no sea Absoluta). Pero sí que queremos decir algunas cosas verdaderas: la filosofía no es un chiste, ni una canción desesperada. Por ejemplo, si Heráclito decía que el Lógos reina sobre todas las cosas, Heráclito claramente intentaba decir algo verdadero, quizá apuntando a ello mediante metáforas. (El tipo era sarcástico, pero no infantil.) ¿Y Aristóteles? ¿Escribió su monumental obra sin las esperanzas de describir cómo son realmente las cosas? Tampoco me pueden decir que Schopenhauer pensó al ser como Voluntad sólo porque un día se le ocurrió. Arthur simplemente defendió que así es el ser: el ser es Voluntad, es verdad que así es (o eso argumentaba). Incluso aquéllos filósofos que niegan frontalmente que haya verdad esperan decir algo que es el caso: quieren concluir que es el caso que no haya verdad. (Pero si es el caso, entonces es verdadero: y yo a esto le llamo una paradoja. En fin...) ¿O no? ¿Estaban jugando? ¿Nos intentaban contar un relato útil, pero que sabían que a final de cuentas es falso? Creerlo así parecería cometer una injusticia con sus textos. Existen largos tratados defendiendo que la verdad no existe, o que es sólo una ficción humana, y si los filósofos en cuestión los escribieron, decir que los escribieron para burlarse un rato de sus lectores parece claramente injusto.
Como verás, he razonado a partir de la historia de la filosofía para sostener que la filosofía misma, o al menos sus practicantes, intentan ir tras la verdad. Quizá no hay “la verdad”, sino “las verdadcitas” en un contexto histórico y socio-cultural; pero ese no es el tema que estoy tocando aquí. Incluso si sólo hubiera pequeñas verdades contextuales, parece que la filosofía intenta ir tras ellas. Y esa afirmación es la única premisa que necesito (al menos por ahora).
Mi segunda premisa también es relativamente simple. Piensa primero en cómo la filosofía busca alcanzar verdades. No se trata simplemente de decirlas y ya; pocas cosas son verdaderas por el mero hecho de enunciarlas (además de que son relativamente triviales: cosas como “estoy diciendo algo” o “existe al menos un acto de enunciación de palabras” son hechas verdaderas por el mero hecho de decirlas. Pero son bastante menos profundas y emocionantes que proposiciones como “la mente es lo mismo que el cuerpo” o “el tiempo no existe” o “las obligaciones morales son universales”.) Así que la filosofía alcanzar sus verdades, y lo hace de una cierta manera.
No sé tú, pero yo no hago lo que contemporáneamente se conoce como filosofía experimental: no voy por ahí haciéndole encuestas a la gente sobre si cree que lo bueno es lo útil o lo dictado por las reglas morales; ni me meto a ningún laboratorio a hacer experimentos para determinar si toda región espacial –no importa cuán arbitrariamente demarcada o cuán separada esté– es ocupada por al menos un objeto. Es decir, la filosofía tradicional y una enorme parte de la filosofía contemporánea es filosofía que no se hace con un método empírico. La hacemos razonando. ¿Aceptas que una persona común y corriente puede actuar correctamente sin creer que sus acciones tendrán un resultado útil, o incluso sin que éstas lo tengan (lo crea la persona o no)? Bien, entonces no aceptas el utilitarismo ético. ¿Aceptas que ahí, frente a ti, hay un objeto (un libro, digamos), pero que no hay un objeto compuesto de mi computadora, la mitad de tu oreja y la torre Eiffel? Bien, entonces no aceptas el universalismo mereológico. Pero no hiciste ningún experimento en ningún laboratorio. Simplemente pensaste. Y no pensaste de cualquier manera –no, al menos, como piensas en un ser amado al que extrañas. Pensaste razonando. Quizá la posibilidad de que haya un objeto compuesto de mi computadora, la mitad de tu oreja y la torre Eiffel se te hizo una posibilidad loca y sin fundamento. Entonces inferiste que tal posibilidad no puede ser real; que no hay tal objeto.
Y he aquí lo que me lleva a mi segunda premisa: que el método de la filosofía es racional, en dos sentidos: es un método que se lleva a cabo razonando; y es un método que prescribe lo racional, lo que es opuesto al sinsentido. (Incluso A. Camus, el gran filósofo de lo absurdo, llegaba a sus conclusiones mediante el razonamiento. Si no me crees, te pediré que leas su El mito de Sísifo: Ensayo sobre lo absurdo y me niegues que haya un sólo argumento ahí –por supuesto, para que yo te crea, tendrás que argumentármelo.)
Es justamente éste método racional el que se intenta capturar en la lógica. Cuando Aristóteles escribió su Órganon, al parecer el primer tratado sistemático de lógica de la historia, justamente quería describir un método que fuera útil en la filosofía (que en sus tiempos incluía a toda otra ciencia.) No lo hizo con la intención de decir: SI NO LEES ESTO, NO TE ATREVAS A LLAMARTE FILÓSOFO. Lo hizo con la intención de decir (y estoy dispuesto a argumentar esto, si me lo exigen): Bien, estuve años usando variaciones de este método en muchos lugares; aquí te lo ofrezco destilado y expuesto sistemáticamente para que no tengas que abstraerlo desde el principio, como yo tuve que hacerlo.
Quizá creas que la la lógica es cuadrada y árida. Y estoy completamente de acuerdo con ello, si precisamos qué quiero decir. La lógica es cuadrada en el sentido en que es una ciencia exacta, en el sentido en que sus reglas y asunciones son puestas sobre la mesa de la manera más explícita posible. Pero si hace esto, es para hacer justicia a su asunción inicial: que el método racional debe ayudar en el camino hacia la verdad, evitando –dentro de lo humanamente posible, claro– el error. Y para evitar el error, debemos hacer claras nuestras asunciones y reglas. Si no, sería fácil asumir algo falso o usar reglas incorrectas: es fácil confundir a un amigo con otra persona si éste está a unos cincuenta metros, pues su figura no se nos presenta bien definida ante los sentidos; así, es fácil confundir lo correcto con lo incorrecto, si su forma no se nos presenta bien definida ante la razón. Y la lógica es árida en el sentido en que es una ciencia formal, una ciencia que habla de todo en general y de nada en específico (o eso argumentan muchos filósofos de la lógica contemporáneos.)
Pero estos sentidos de aridez y cuadratura no son peligrosos ni aburridos. De hecho, son justamente los motores de algo característico de la lógica. Imagina a Marcel Duchamp, el artista dadaísta de inicios del siglo veinte. Duchamp se rebeló contra los cánones artísticos establecidos (ahí está su mingitorio, el primer ready-made en la historia del arte.) Pero Duchamp mismo fue un buen pintor bajo esos cánones durante cierto tiempo (fue un pintor cubista esforzándose por captar el movimiento en la estaticidad del cuadro, como en su pintura Desnudo bajando una escalera (1912), que te recomiendo que googlees si no la conoces). Así que Duchamp encontró las maneras de rebelarse contra los cánones porque los conocía bastante bien –incluso los había practicado con maestría durante cierto tiempo.
En este sentido, la regulación permite la creatividad. Es como cuando estás a punto de escribir un ensayo filosófico. No empiezas hablando sobre cualquier cosa: defines un tema, una problemática, y te paras frente a ella para abordarla filosóficamente. Es decir, demarcas un espacio (justo como hacen los artistas), y entonces con tu creatividad construyes en él (justo como hacen los artistas). Y éste demarcar un espacio es lo que intenta hacer la lógica: intenta demarcar el espacio de las buenas inferencias, de la validez.
De las buenas inferencias (de la validez), que no de la verdad. La lógica no es la ciencia de la verdad (hay muchas teorías filosóficas sobre la verdad, pero ellas no son lógica. A lo más, en muchos casos hacen aplicaciones de la lógica). La verdad está en otra parte: en nuestra interacción con el mundo. El mundo es como es, y nosotros lo describimos, accesamos a él. Es en esta interacción en donde surge la verdad. Enunciamos verdades todos los días; la ciencia intenta encontrar las suyas; la filosofía también; incluso la religión y muchas obras artísticas. Muchos de nosotros, también, como individuos, intentamos encontrar la verdad sobre nosotros mismos –intentamos saber qué somos. Pero esto no lo hace la lógica.
Lo que la lógica sí hace es ayudarte a transportarla. El buen transporte de la verdad se llama validez. La validez, en el sentido lógico, es simplemente la característica que tienen los razonamientos que siempre te llevan de verdades a verdades. Con un razonamiento válido nunca pasarás de una verdad a una falsedad. Nunca. Pero validez lógica no es verdad. La validez sirve cuando partes de una verdad: partiendo de ella, llegas a otra verdad. Dónde consigas tus verdades iniciales no es un asunto que le interese a la lógica.
Entonces, tenemos que la lógica demarca el espacio de lo lógicamente válido. Te dice con qué inferencias puedes partir de verdades para llegar siempre a otra verdad. Empezar con este espacio, digo, es lo mejor que puedes hacer al construir filosóficamente. Una filosofía que empieza con asunciones falsas está destinada al fracaso, muy cierto. Pero una que empieza con asunciones verdaderas (o cercanas a la verdad) y utiliza un método que no le asegura un buen transporte, también.
Y es de esta manera que la aridez y la exactitud nos permiten la creatividad. (A final de cuentas, nadie dijo que para crear se necesitara partir de la nada. Recombinamos lo que ya hay de una manera novedosa; la creación de la existencia tiene que esperar a un Big Bang, o acaso a una Creación divina, para acontecer.)

En la próxima entrada continuaré mi argumentación y espero poder introducir algunos temas lógicos.


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La Pluralidad de los Mundos es un proyecto de difusión de la filosofía. Somos un grupo de gente pensante que compartimos la creencia de que el conocimiento filosófico puede contribuir mucho a un sano desarrollo de la cultura pública, mientras que también sabemos que la filosofía no siempre es de fácil acceso. Creemos, en resumen, en la necesidad de difundir la filosofía. (Seguir leyendo»)

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Czesław Miłosz: "Exhortación"

Bello e invencible es el intelecto humano
ni rejas, ni alambre de púas, ni condenar los libros al despiece,
ni tampoco una sentencia de exilio pueden nada contra él.
Él establece en la palabra las ideas universales
y nos guía de la mano, escribimos entonces con mayúscula
Verdad y Justicia, y con minúscula, engaño y humillación,
él, por encima de lo que es, eleva lo que debiera ser,
enemigo de la desesperación, amigo de la esperanza.
Él no conoce judío ni negro, esclavo ni señor,
cediendo a nuestro gobierno el común patrimonio del mundo.
Él, de entre el impúdico estrépito de las palabras trituradas,
salva las frases austeras y dignas.
Él nos dice que todo es siempre nuevo bajo el sol,
y abre la mano yerta de lo que había sido.
Bella y muy joven es la Filosofía
y su aliada al servicio del Bien, la poesía
Apenas ayer la Naturaleza celebró su nacimiento,
lo anunciaron a los montes el unicornio y el eco.
Gloriosa será su alianza, ilimitado su tiempo.
Sus enemigos se condenaron a sí mismos a la destrucción.
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